Las buenas gentes del pueblo y masías traían el grano a moler, y como la moneda siempre ha estado reñida con los pobres, en vez de pagarle al molinero, se lo cobraba él con la maquila, que consistía en un poco de harina. Un cliente que no estaba de acuerdo con lo que el molinero le maquilaba, fue cambiando de molino en molino, río abajo, pasando por El Molinete, el Loreto, el Batán, las Torrecillas, la Molineta, el Molino Viejo… y en todos creía que le quitaban demasiado. Comentó su problema con un anciano y éste le dijo: De molinero cambiarás pero de ladrón no escaparás. El Molino disponía de una balsa en la parte superior que siempre estaba llena para disponer de ella en las ocasiones que se necesitase moler. Recuerdo haber visto patos disfrutando de las aguas de dicha balsa.
Siempre y después de la trilla, el grano fuese de trigo, cebada, centeno, etc. se disponía en “Talegas”, una especie de saco alto y estrecho, se cargaban en los machos y casi, casi… ¡directo al Molino!
Años más tarde se abrió otro Molino, en el mismo pueblo, pero éste ya era eléctrico y siguieron funcionando los dos a la vez.Pero con los años, se fue dejando de trabajar el campo, de sembrar y con todo ello también dejaron de trabajar los Molinos, el de agua ¡cansado de dar y dar vueltas!
0 comentarios:
Publicar un comentario